Los santeros del Clan de las Siete Rocas se sentaron alrededor de la hoguera, preparándose para entrar en el Trance Fantasmal. No había transcurrido ni una semana desde el último Igani. Todos ellos conocían la historia de Benu y su lucha contra el demonio. Si las historias eran ciertas, se había sacrificado para salvar a la tribu del Valle Nublado.

Pero los rumores siguieron a las historias, como siempre. Tal era el devenir de las cosas. En el Valle Nublado se decía que Benu desafió las leyes del Igani, incluso que era un kareeb.

Los sumos sacerdotes de las Siete Rocas hablaban de la ira de los espíritus con respecto a lo acaecido. Aunque consideraban un héroe a Benu, argumentaban que la presencia del demonio mancilló la guerra ritual.

Así que se ordenó otro Igani Bawe.

Los santeros de las Siete Rocas entraron al Trance Fantasmal en busca de las bendiciones de los espíritus. El tiempo se hizo más lento cuando entraron al reino más allá. La aldea desapareció y las energías serpenteantes de la Tierra Inconclusa se extendían de manera interminable en todas direcciones.

Por lo general, los guerreros verían y escucharían a espíritus distintos, si es que veían o escuchaban algo. En esta ocasión, no obstante, todos ellos presenciaron a la misma figura negra indicándoles que se aproximaran. Los pensamientos del espíritu se formaron en sus mentes cual palabras, claras como el cristal y afiladas como las dagas.

Están ciegos.

Los santeros no sabían qué pensar de la acusación del espíritu, así que se disculparon y pidieron perdón. Muchos otros salieron del trance, temerosos de haber enfurecido a los espíritus.

Esos guerreros no estaban listos, pero otros sí.

—¿Qué deseas que veamos? —Preguntaron los pocos que quedaban.

Verdad. Quizá mueran en este Igani, ¿y por qué razón?

—Para honrarte a ti y a los demás espíritus, —respondió uno de ellos.

—Los sumos sacerdotes lo ordenan, es mi deber como santero. —Dijo otro.

—Vivir es sacrificar, sacrificar es vivir, —declaró un joven guerrero.

El espíritu se aproximó al último en responder, considerando sus palabras. Alguna vez, en otro mundo, las había usado como armadura y blandido como arma. Pero no había que entregar la vida de modo tan fácil e innecesario.

—No quiero tu sacrificio, esta tierra no lo necesita.

La confusión y la incertidumbre eran palpables en el joven santero, quien dudó antes de hablar. —Entonces, ¿qué quieres de mí? ¿Qué hay más allá del sacrificio?

Vida.

Al final, sólo el joven guerrero permaneció en el trance, pero el espíritu alguna vez conocido como Benu no les guardaba rencor a los que huyeron. Tomase días, semanas o incluso años, los guiaría a la iluminación. Todos los umbaru andaban sus propias sendas hacia la verdad. Nadie era igual.

En el Umbral de la Duda

Santero

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