Ese fue nuestro primer encuentro, y aún lo recuerdo como si de ayer se tratase. Isendra adoptó el papel de maestra de Li-Ming. Se convirtió en una mentora para la chica, y Li-Ming cultivó un profundo respeto por la hechicera. Eran más parecidas de lo que Isendra o yo habíamos sospechado. Pero Li-Ming agotó rápidamente el caudal de conocimientos que Isendra poseía. Su relación cambió, y Li-Ming comenzó a tratar a la hechicera como su igual más que como su maestra. Isendra también estaba cambiando, y esa era otra fuente de preocupaciones para mí. Era demasiado permisiva con respecto al comportamiento de Li-Ming. Sin nada más que aprender, Li-Ming se dejó llevar por esa ansia de curiosidad tan característica de ella, y ahí fue donde comenzaron los problemas.
Cuando sorprendí a Li-Ming hurgando en las secciones de la biblioteca que contenían textos prohibidos y clasificados como demasiado peligrosos para ser estudiados, supe que debía actuar. Por tanto, asumí su entrenamiento a pesar de las protestas de Isendra y comencé a vigilarla. Traté de estructurar la vida de Li-Ming y le presenté un plan de estudios que dirigiría sus intereses hacia asuntos más aceptables.
Sin la responsabilidad de instruir a Li-Ming, no había nada que retuviese a Isendra en el Sagrario de los Yshari, así que pasaba pocos días aquí. No obstante, siguió siendo una gran amiga, y siempre la he considerado una consejera inestimable. Cuando los tres nos volvimos a reunir varios años después, Isendra había adaptado su vida lejos del Sagrario y de su antigua alumna.
Ojalá pudiese contar con su consejo ahora.